SALIDA COMPLEMENTARIA 1: BASTA DE MUTILAR LOS ÁRBOLES
Cuando uno mira los árboles, muchas veces, piensa
en su belleza, en su color, en su altura o su sombra, pero, tal vez, no nos
detenemos a pensar en su incomparable función. Sin embargo, no solo son los
organismos vivos más grandes y de más larga vida, sino que, su función es inigualable.
Nos proveen del oxígeno, limpiando el aire que
respiramos; absorben el CO2, removiendo y almacenando el carbono y liberando
oxígeno al aire, contribuyendo a evitar el calentamiento global. Cada árbol
absorbe, diariamente, la contaminación equivalente a 100 autos; refrescan la
ciudad, dando sombra e interrumpiendo las islas de calor, liberando vapor de
agua al aire a través de sus hojas; proporcionan hogar y alimento a muchas
especies de animales e insectos; retienen el agua de lluvia, permitiendo que
filtre bajo tierra, previniendo sequias e inundaciones; hacen de aislante,
evitando el desgaste y la erosión de nuestro suelo; y, por supuesto, disminuyen
la contaminación visual y sonora. Brindan un maravilloso espectáculo a nuestros
ojos y muchísimas cosas más.
Pero ¿a quién le debemos los árboles de Bs. As?,
porque, en sus comienzos, Bs. As. era una ciudad sin árboles en las calles.
Solo naranjos y limoneros, plantados en el fondo de algunas propiedades, con
fines aromáticos, y algunos durazneros, con fines comerciales. Recién en la
época de los virreyes, alrededor de 1780, se pensó en un espacio público
arbolado. Así nació la alameda (a un costado del fuerte) que se extendía junto
al río, hacia Retiro, hoy la Av. Leandro Alem.
Uno de los primeros interesados en generar
espacios públicos con árboles, fue Rosas, que plantó naranjos desde Palermo
hasta River y, cada mañana, unos 500 inmigrantes españoles limpiaban desde la
primera hasta la última naranja que daban. Luego fue Sarmiento, quien, en 1874,
inauguró el Parque 3 de febrero. Finalmente, Torcuato de Alvear, a partir de
1883, fue el que más se preocupó por el embellecimiento de la ciudad y la
generación de espacios verdes, intentando copiar modelos europeos. Es así que
llegó al país Carlos Thays, proveniente de Francia y creador de los principales
parques y plazas de Paris. Pero aquí, no solo consiguió trabajo, sino también
esposa, con quien recorrió el país en busca de especies autóctonas que llevaron,
principalmente, al Jardín Botánico, su gran ilusión. Allí las plantaron y
cuidaron.
A él le debemos la Buenos Aires arbolada. De unos
2000 árboles que había en la ciudad, pasó a tener 100.000. Se lo considera el
“padre de los colores porteños”, porque se ocupó de elegir los diferentes
momentos de la floración y lograr una sinfonía primaveral. Lapachos en septiembre,
que tiñen todo de rosa; octubre para el ceibo, con flores rojas, nuestra flor
nacional; noviembre para el jacarandá, con sus flores violáceas que, con el
viento, alfombran las calles; en diciembre llegan las tipas, (los árboles, se
entiende, ¿no?), con sus flores amarillas y, finalmente, el palo borracho, con
sus flores rosadas. Pero, no nos olvidemos del plátano, árbol odiado por las
alergias que produce, pero que, con su imponente tamaño y la extensión de sus
hojas, aporta sombras a la ciudad y su follaje, soporta el polvo atmosférico y
el hollín. Y también tenemos algunos gigantes como los gomeros, (el más viejo
está en Recoleta), el ombú (Palermo, Parque Lezama, Rivadavia y otros) y las
magnolias (en Plaza San Martín), que los encontramos en tamaños alucinantes.
Pero no todo son flores, ya que, cuando comienza
la poda que realiza el gobierno de la ciudad, muchos vecinos se enojan. Si bien
el objetivo es mejorar la salud de los ejemplares, impedir que tapen la luz nocturna,
reducir la caída de ramas por tormentas y vientos, y evitar que tapen la
señalética, muchos opinan que los están dañando. Dicen que provoca la baja de sus
defensas y la pérdida de expectativa de vida, que quedan vulnerables a las
plagas, que pierden su follaje y quedan más expuestos al viento, por lo que es más
probable que se caigan. Es así como el grupo “Basta de mutilar nuestros
árboles”, unidos por el amor a los árboles, se dedica a monitorear y denunciar
los maltratos que ellos sufren en nuestra Ciudad. Y así lo han hecho desde el
año 2012, cuidando y protegiendo el patrimonio arbóreo de Buenos Aires.
Lamentablemente, hoy, en cuarentena, muchos no podemos decir que nos sentaremos abajo de ningún árbol a dibujar, ya que lo haremos en forma virtual, pero, podemos honrar a estos seres que tanto nos cuidan, con nuestros dibujos, ya que están siempre presentes en ellos, los acompañan o los enmarcan.
Arq. Sandra Machado
CARLOS SÁENZ